El mundo observa pícaro como tu vida cae.

Cuando el mundo está así, tal cual, parado contra el tiempo, pidiendo a gritos minutos de reflexión, es cuando te das cuenta de que todo está desmoronado, de que ya nada es como antes. De que tu antiguo diario está enterrado entre las paredes de tu habitación debido a que llevas tiempo sin tenerle nada que contar. Te das cuenta de que llorar es algo sano, de que huías de todo por miedo a que las lágrimas cubrieran tu rostro, por miedo de volver a necesitar un medio para consolarte. Tal vez no me había querido dar cuenta, pero llevo tiempo sin escribir algo sobre mi, sin desahogarme; y tal vez sea por que decidí acultale todo a mi corazón, engañandole con frases falsas como "la vida es bella" "ahora todo es perfecto" y variantes de estas. Y duele, duele darse cuenta de que nada va bien, de que la gente falta y las palabras sobran, de que no existe cuento para aquella que se cree una princesa, que las princesas no ganan batallas y menos si no lo son. Por que hay palabras que duelen, porque ya nada es lo mismo, tal vez se por eso. Y es que la  gente cambia, y tal vez yo haya ido cometiendo error tras error. Primero indefensa, luego poderosa, apasionada, escritora, inventora de historias fáciles de pasar, borradora de vidas, controladora. Y por último destruida por un simple libro. Un libro inaudito, lleno de vida, de jóvenes, de personas, de pequeñas princesas por crecer, lleno de buenos días. Y ahora si, tras recuerdos del pasado intentados enterrar, tras personas olvidadas que renacen de la nada, tras aquellas a las que ni ves ni sientes, tras miles de sonrisas peligrosas, vienen las lágrimas.

Pequeña, creías haber cambiado tu mundo y todo continua tan hundido como antes. Me da escalofríos mirarte. Nada tiene sentido ahora. Solo un alma caminante pasa, mientras miles te miran con desgana.

De nada.

Empiezas con sonrisas voladoras,
y acabas con lágrimas descubridoras.